martes, 23 de junio de 2009

Polaroid nº2

Mi día fue uno de esos largos, de corridas, que les dicen. Entre entrevistas, pequeños vestigios de ilusiones para la mente esperanzada de una veinteañera, chocolate, café, smog y el escape vampiresco a los tímidos rayos del sol que intentan iluminar Buenos Aires de vez en cuando.
Mis tacos me llevaron a caminar unas cuantas cuadras de más adelante para lograr encontrar asiento en el bondi. Córdoba y 9 de Julio, entre búsqueda de monedas y el ruido urbano y de mi mp3, mi mirada se cruzó con la suya. Y sus rulos. Hice la cola, conseguí mi favorito asiento al fondo a la izquierda, y él quedó último al sacar el boleto. Mi corazón latía más fuerte al ver cómo se acercaba a la máquina, la intriga que me causaba cada uno de sus movimientos no me dejaba ni concentrarme en mi privado oasis de fondo.
A medida que sus pasos se acercaban al fondo del pasillo, entre la gente anónima, ajena a lo que sucedía frente a sus ojos, mis latidos y respiración se aceleraban. El pago de su boleto lo llevó a caminar entre la gente, hacia el fondo del pasillo. Casi siguiendo mis no inocentes pensamientos, sus pasos lo llevaron adonde lo sospechaba- al asiento de al lado mío.
Los diez breves minutos que duró su estadía en el bondi fueron de los diez minutos más eróticos de mi vida. Cada movimiento del bondi se complementaba con mis retorcidos pensamientos. La pequeña atmósfera formada en ese momento era sólo perceptible por nosotros dos. Podía sentir el calor de la cercanía de su cuerpo en mi pierna derecha, la energía de dos personas que sólo piensan en adrenalina junto a la otra fluyendo por el aire.
Saqué mis apuntes, y me puse a leer. ¿Y si escribo algo en los apuntes por si los lee? ¿Y simplemente le hablo? Los minutos pasaban, mientras el colectivo avanzaba por las calles porteñas. Lo miraba de tanto en tanto, a ver si se animaba a avanzar un paso más en la incipiente y sutil socialización. Miré para atrás, hacia fuera… El colectivo avanzaba. Hasta que rulos se levantó y se bajó, dejando la atmósfera enrarecida alrededor mío. Volví a mirar hacia atrás, hacia fuera. Nuestras mentes se cruzaron.
Qué idiotas podemos llegar a ser los hombres, con nuestras reglas fijadas de socialización obligatoria en lugares definidos. Por eso amo haber nacido en un –universo- incierto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario