jueves, 22 de septiembre de 2011

polaroids porteños

Esa música, ese tango, ese ser nacional, local o urbano.

Esas pasiones encontradas, ese ritmo frenético, ese lunfardo, esa identidad, que no nos deja huir…

Buenos Aires, la del acento rítmico y sonoro, la de muchos colores y matices, la cosmopolita y multifacética, la que es siempre nueva pero que mastica años de historias profundas.

Buenos Aires, donde Dios tiene oficina, siempre lista y siempre impredecible. La organizada en su caos y colapso del transporte.

La que no se calla sus desacuerdos, la que pelea por sus convicciones y su bolsillo.

La de los pibes de la esquina y el asado en un jardín lleno de mosquitos. La de las paredes con ineludibles manchas de humedad.

La del mate a la tarde y el fútbol en un pasaje en Villa del Parque. La del restorán caro con gente pituca que sólo conoce dos barrios. La del graffitie en las paredes y la de los artistas inspirados en Phs al fondo. La del vino un jueves y la milonga un martes. La del tránsito en Avenida Córdoba a las 3 am.

Dueña de oscuras contradicciones y misterios de amor, de muerte, de inmigrantes y emigrados, de héroes, de arbolitos y chantas. Se comunica con cantitos futboleros y es testigo a diario de abrazos que quitan el aliento.

Buenos Aires, que ata y desata, que ama y odia, te suelta y te sube a lo más alto para dejarte caer con ruido. Te hiere y te deja cicatrizar, para que te mires la marquita y no la olvides.

La que me hizo la vida imposible, me expulsó y me llamó a gritos.

Ahí nací y ahí amé. Viví, sentí, soñé. La extrañé y dejé mil veces, sin saber si volvería, pero con la convicción interna de que sí.

La imaginé vacía y distante. Con smog y con atardeceres en las vías tercermundistas del tren de Devoto.

Ahí me inspiré y volví a llorar. De tristeza, de alegría y por amor.

Ahí te escribí cuando te fuiste. Ahí, donde dejaste un cartel de “se alquila” en un piso 7 en Palermo y un pisco a medio tomar en Caballito.

Ahí mismo, donde siempre te va a esperar en alguna esquina, una mesa de madera gruesa y agrietada, un cortado en jarrito, todo lo que nunca te dije, y un nudo en la garganta.

sábado, 1 de enero de 2011

Brillo

Princesa frágil. Glamorosa. Tendiente a tocar fondo. Cómica. Abierta. Espontánea. Artista. Inocente. Hermosa.

Una eterna niña que sueña con el príncipe azul. Admiradora de buenos momentos, gente linda, proper outfit y belleza animal. Vivió una vida sin mayores sobresaltos aparentes. La realidad la obligó a reinventarse mil veces.

Viste la seguridad que no posee, y está dispuesta a entregarlo todo si lo considera de ayuda.

Me sostuvo cuando apenas se sostenía a sí misma. Me devolvió la inspiración perdida. Paseamos, nos reímos, lo imaginamos, lo conversamos, lo volvimos a imaginar.

Un día me dijo que lo había decidido. Que el momento había llegado. Brillo iba a dejarlo todo en pos de cumplir el gran objetivo de su vida. Brillo iba a volver a nacer.

Para no fallar a mi inexorable deber, le dije que la acompañaba hasta donde llegara. Así fue que emprendimos el comienzo de un viaje que quizás sería el último. O el comienzo de lo último. O lo último de lo primero.

Cazamos las mochilas y empezamos a caminar. Los nuevos cielos me permitieron ser testigo de su paulatina transformación. Brillo se abrió a los corazones y descubrió nuevas mañanas, atardeceres e inspiraciones. Caminó por la Quinta Avenida, terminó con su look rapunzel y se tatuó (varias veces). De a poco voló y creó su maravilloso imperio textil. Regaló colores, arte, imaginación. Creó, imaginó y construyó. Aportó nuevos matices a este mundo. Lloró, gritó y nos abrazamos fuerte. Pude ser testigo de la auto reconstrucción de un ser humano sin maldad en su interior.

Brillo, tanto cemento a veces quiere hacernos olvidar el porqué de todo esto. Si es que alguna vez le vislumbramos la punta del dedo meñique. Es loco como no nos damos cuenta, pero ahí está. O estamos, o llegamos. Llegamos, gorda. Lo vamos a hacer.