viernes, 26 de febrero de 2010

Un encuentro.

Medianoche. Se bajaron del 113 en Neuquén y Gavilán. Lo que quedaba de ellos después del recital de AC/DC se arrastraba por Neuquén en busca de algo que saciara su sed. El sonido de la noche, de la calle vacía, de las hojas de los árboles húmedas de clima porteño los ayudaba a mantener la mente en blanco, a seguir su camino automático hacia algún refugio que les permitiera procesar tu éxtasis musical.

“Hey! Vos”, escucha. Nico se dio vuelta. “Sí, vos, vení”. No lo dudó.
A medida que cruzaba la calle y se iba acercando, intentaba mantener la calma, centrarse, ubicarse entre su excitación post-recital, su traicionera vista, y su inocultable cansancio. Pero lo que tenía enfrente no era una visión, era real.
Ahí, esperando el 106 estaban ellas. Estaba Ella. Se observaron, se analizaron. Conversaron, o no conversaron. Su mente creó un millón y medio de medios y combinaciones posibles que lo pudieran llevar a un exitoso secuestro y retorno feliz. O al menos a una birra esporádica. Vio como el reflejo de las amarillentas luces del barrio creaban una perfecta combinación, casi poética, con su pelo rubio cubriendo sutilmente sus hombros despojados. Vio sus ojos, tímidos pero audaces, reflejar su expresión de disimulo forzado, penetrar su mente, hasta apoderarse completamente de ella para viajar juntos, lejos, donde la medianoche porteña los llevara.
Se sonrieron. Admiraron mutuamente sus voces. Desearon conocer en detalle el perfume del otro.

Y llegó el 106. “Disculpame, me tengo que ir…” y se subió. Él, intentando volver del viaje juntos, no pudo comprender el mensaje. La observó alejarse sola, mientras sus últimas palabras seguían retumbando entre ruido de colectivo y de viento nocturno: “vivo a la vuelta de tu casa…”