martes, 29 de diciembre de 2009

Última versión testimonial sobre el porqué de la vida

Computadora y mate. Más papeles que escritorio, la misma vista del mismo cielo con la misma humedad y las mismas preguntas que el resto.
Alguna vez lo escuché decir que vivimos insertos en la misma máquina, todos, grandes, chicos, lindos, feos, pobres y ricos. También experimenté esa igualdad en varias oportunidades: cuando nos estamos por ir de algún lugar, todos escatimamos papel higiénico, regalamos fideos y shampoo sobrantes y hacemos las mismas promesas. Lloramos las mismas lágrimas y reímos las mismas emociones.

“Y sí…es inevitable que los días vuelen. Que los años pasen. No es triste, todo lo contrario. Me voy acercando a la verdad. No se a cuál, pero me voy acercando! y eso me gusta”. Pucha que tenía razón mi hermanita. Me dejó pensando desde mi silla giratoria con puerta giratoria a la vista. No somos uno más, tampoco uno menos. Es relativo, quizás algún día lo seamos. Con vértigo, con ceguera y con conciencia random sigo observándolo. Tenemos la fecha de vencimiento sellada… quizá no en el rostro, pero en algún lugar está.

“Esto no es vida” escucho a diario. ¿Entonces qué es? Yo me lo pregunto, vos también. No tengo la respuesta, vos tampoco. Quizás en algún momento tuvimos, tuve o tuviste una pequeña visión de lo que podía llegar a ser y a veces lo extrañás. No sabés a qué, pero lo extrañás. “De verdad… no sé lo que quiero” me dijeron en alguna híper apertura de sinceridad. ¿Sigo estudiando? ¿El mundo está equivocado o soy yo? ¿Sigo buscando respuestas? ¿O me dedico a la cocina?

Sentir el sol en la cara, el frío en las manos, el calor de un abrazo, el dolor de panza de una gran carcajada o el éxtasis de unas buenas líneas. Vivir. Pequeñeces burguesas, me dijeron. Mínimas felicidades pasajeras.

Evadimos, escapamos, cerramos los ojos, a veces nos pegan una patada y los entreabrimos. La gente te ve bien, te ve mal. La procesión va por dentro. Creo que lo único que entendí después de vivir muchas cosas para recordarlas y ser feliz es eso.

Mientras tanto, el río te va llevando. Pasan los días, los amigos, los laburos, los colectivos y se te escapan las tortugas.
Coincido. Alguien debe haber pensado todo esto. Puede haber sido barbudo, Allah o Jehová (o sólo un testigo) pero por algún lado anda, o anduvo. Y nos tiró el fardo a nosotros.

Es que las soluciones definitivas no existen. Por suerte, sino sabríamos el final del reality. No esperen grandes respuestas desde un blog, yo tampoco las tengo. Solamente lo decía… recuerden que esto es testimonial: si me conviene, asumo.

Nota: remitirse a eljuegodepalabras, "última versión fraudulenta sobre el porqué de la vida"

sábado, 12 de diciembre de 2009

Para quererte mucho, Varón

Y la lluvia cruzando el Puente de la Mujer. Y la lluvia en el barcito de juegos en Devoto. Y la lluvia hoy.
Me permití contestarle y afanarle algunas frases de vez en cuando, como intertextualidad, vio?

Recorrimos Buenos Aires, tomamos jugo, nos reímos hasta doler la panza.
No sé por qué, pero le confesé mis verdades. Le abrí el alma. Y no opuso resistencia, aunque en algún punto le doliese.
Quizá fuese por su pasión por la vida, por su simpleza, por sus complejidades o su mente hiperramificada, que converge siempre en ese punto. Tiene un carisma crudo, suave, que lo hace ser admirado, acompañado y solitario.

Escucha con pasión, vive todas las historias, observa con atención, admira los detalles, los momentos y las sensaciones. Hablamos de locura, de amor y de muerte. De hijos y de viajes. De trabajo y de canciones. Lo ví soñar, lo ví cantar, lo ví despeinarse en Colonia. Lo ví observarme como nadie, lo ví desnudarme con la mirada.

Se autoinvitó a mi viaje, me dedicó las palabras que toda mujer sueña toda su vida que le digan, me dedicó tardes y quiso dedicarme noches.

Me acompañó, me recordó para qué estamos acá. Me gritó que me quería desde su escritorio en el trabajo, me vio lejana y me imaginó cercana. Alguna vez me apuró, también.

Me hizo llorar a la mañana, me hizo sonrojar y me hizo feliz.

Siempre me pregunté por qué, me cuesta entenderlo. Un día pensé que su sensibilidad tenía algún punto femenino en el cual su error es el mismo que el nuestro: no sabe elegir. Entonces, de alguna manera, elige caminar solo. Seguir escribiendo sus utopías y viviendo sueños propios y ajenos, imaginando historias, regalando lecciones y reflexiones. “La vida es como un jean” me dijo, en un arranque de sabiduría una de mis amigas, en una charla que lo tenía de coprotagonista. “Bien de piernas, mal de caderas. ¡Carajo! Nunca nada es completo”.

Lo quise ayudar, hasta que me dí cuenta que mis consejos eran inútiles. Iba a escuchar lo que quería. Su felicidad viaja por otro lado. Es un admirador de la belleza. Hay algo más que lo completa, y eso es algo que tengo que entender yo.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Blümchen

Admiradora de objetos mínimos. Amante de señores. Apasionada, libre, cuerda y demente. Masoquista intelectual. Colgada de la palmera. Musa inspiradora.
Se regocijaba hasta el éxtasis absoluto con una buena clase de filosofía. Llenaba sus pulmones de naturaleza y sus ojos de fotografía.
Creía, con una variable convicción interna, que otro mundo era posible y lo hacía funcionar, de alguna manera, a su alrededor.
Nunca terminó de descifrar el código masculino, era consciente de ello y eso la fascinaba.
Disfrutaba enormemente examinar los detalles de las aventuras sexuales de su mundo circundante. A veces no medía el efecto de la combinación de su cuerpo, su actitud y sus dichos. Quién no se vio alguna vez excedido por sí mismo.

Vivió sus tragedias temprano, e intentaba dejar de reproducirlas, tarea difícil para una mente hiperactiva. Es que la búsqueda del arte, esa aventura terrorífica que la llevaba a la constante búsqueda de regiones inexploradas, amenazando a su alma con la muerte terrible a cada giro, convertía a su existencia en parte de ese film sin final determinado.

Un día hablamos de la muerte. No quiere, no queremos morir sin ver la India. Sin pasar más noches en velo en Mar del Plata, sin tomar té 5 veces por día, si caminar por horas sin rumbo, sin compartir niveles más abstractos de conciencia, sin mirar aquella película, sin musicalizar aquellos momentos, sin dejar de sentirse plena un instante, sin olvidar para qué está y sin dejarse llevar por el espiral tramposo de la cotidianeidad.

Me abrió las puertas de su casa, su vida y su alma. Rió y lloró conmigo. Me retó, me halagó, se avergonzó. Salimos, entramos, soñamos, planificamos, filosofamos y compartimos… mucho.

Dentro de su complejidad sólo buscaba simpleza. Quizás encontrar parte de su yo en el reflejo de otra alma que le proveyera paz a su floreciente existencia. Es que con proporcionar paz a otros no le alcanzaba.

A veces no sé qué haría sin ella. Sin la charla contenedora a las 3 am, sin ese mundo simbólico – y real- compartido, sin su espacio en mi alma.

Gracias, Blümchen. Ojalá estas líneas te devuelvan alguna visión del mundo que me mostraste.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Dichosa línea D

Salí de la universidad, en mi cotidiana vorágine intentando escapar musicalmente de las heridas de la ciudad. Mi burbuja y lo que quedaba de mí nos sentamos en el breve trayecto de la combinación de subte, procurando llegar al final sin dormirme en el camino. Próxima estación: Moreno. Se abren las puertas.
1,90m, rulos, ipod, pantalón a rayas, campera marrón y mochila. No pude dejar de mirarlo. Se ubicó al lado mío. No podía mirarlo.
El efímero recorrido que quedaba hasta la estación final y combinación con línea D estuvo lleno de fantasías, luego dudas, luego frágil desesperación y finalmente un impulso. Se abrieron las puertas nuevamente. Salió corriendo hacia la combinación con línea D, la que tantas veces me llevó a Plaza Italia.
Tanto corrió que tropezó en la escalera mecánica, lo que no le impidió alejarse a toda velocidad de lo que fuese que dejaba detrás. Tampoco impidió que yo siguiera cada uno de sus pasos, con la imbécil esperanza de visualizar su cara entre la muchedumbre porteña y poder saciar mi sed de resolución de dudas- o de masoquismo esporádico.
La maratón subterránea por la combinación de la línea D duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Estuvo llena de taquicardia, recuerdos, ansia, adrenalina y enigmáticos ecos. Sentí un abrazo apretado durante la hora pico, un susurro al oído, una mirada llena de esperanza, una caricia contenedora y una lágrima de despedida.
Se escabullió estratégicamente entre la multitud en constante pelea por un espacio en el transporte. Lo encontré. Me ubiqué en la aglomeración de la puerta de al lado, en mi persistente intento por descifrar su cara. El subte llegó, se abrió la puerta, entramos. Lo volví a perder para siempre.

domingo, 4 de octubre de 2009

Del Polo Norte al Polo Sur, y viceversa (¿o viceversa?)

Me levanto a la mañana, como siempre, llego al trabajo corriendo, como siempre. Miro por la ventana. Del otro lado de esas colinas estaba Eslovenia. En unas horas tenía que ver un paisaje absolutamente distinto.

Tenía un bolsito conmigo “e tu ragazza… ¿non avevi un aereo da prendere oggi?” sí, me lo tengo que tomar en Treviso. “Ma oggi c’è sciopero generale di trasporto in tutta l’Italia!” ¡¡¡Qué bella Italia!!! Pensé. El día que me gasté mis escasos ahorros en un pasaje low-cost de fin de semana, una huelga general de transporte no me deja llegar al aeropuerto a 100 km de mi ciudad.

Las relaciones públicas y la verborragia de Giuliana esparcidas por toda la empresa me encontraron una camioneta que iba exactamente ahí. O casi. Pasado el mediodía empezó mi travesía.

Recorrí las rutas italianas, conocí ciudades, tomé café, me hice una amiga, me ofrecieron trabajo.

Y llegué al aeropuerto. Yo, mi mochilita, mi muy evidente sonrisa y una ansiedad que me hacía latir el corazón a un ritmo casi musical.

Ví las luces, el archipiélago y me ví llegar. “Welcome to the capital of Scandinavia… welcome to Stockholm” me dijo la transparente azafata.

Medianoche. Cuando me bajé del micro lo ví. Cagado de frío y con una mochila más grande que él. Había esperado muchas horas.

“Hey”. Sonrisa. Estaba igual, parecía más cansado. Con más historia encima. Podía recordar su pacífica mirada azul invadirme. “Let’s go”.

No hacían falta más palabras. Nos sonreímos en el subte mientras nos dirigíamos a algún refugio.

Y ahí fue que recordé aquella mañana húmeda porteña cuando se me pegó en la universidad. Recordé la sonrisa, los comentarios, su timidez y el beso en el taxi. Los mails a la mañana, su inocultable sinceridad y su inocente alegría. Nos recordé de la mano por Buenos Aires, bailando en algún departamento, escapándonos y abrazándonos hasta perder el aliento.


Recordé las diferencias culturales, el vino, el hotel y la despedida.


Era él. Había venido. Yo había ido. O ambas. Ahora él era el local, o casi.


Me llenó de regalos. Sería la culpa. Me guió, me explicó, escuché sus historias, de Finlandia, de Suecia, de lo que lo confunde la vida planificada. Que él quiere una casa, un perro y un jardín. Pero hay algo más que no lo deja dormir. Caminamos hasta el cansancio. Nos acurrucamos en un café. Compartimos pizza y un Luigi Bosca. Me dijo que viviría en esa ciudad. Me preguntó si yo también. No sé. Debería probar, le dije.


Nos contemplamos, sonreímos y lo charlamos. Existe un sentido de pertenencia. Es hermoso conocerte.


A la mañana siguiente me dijo que el clima había vuelto a la normalidad. Corrimos bajo la lluvia hasta el puerto. Sonrisas nerviosas y abrazo. Fue la última vez que lo ví.


Me dijo que me vio alejarme cabizbaja desde la ventana del puerto. Que quería gritar. It’s ok, Philip, u know- simple life is an oxymoron.


Thank you for one of the best times in my life.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Deux jours dans la vie

Medianoche en Montmartre. El brillo propio de la capital francesa nos daba una mano para olvidar el dolor de nuestros dedos congelados.
Algún Abdul improvisaba letras nostálgicas con una increíble voz de soportador de largas vidas, al son de la percusión africana frente a la visión nocturna de las luces parisinas.
Túnez era uno de esos personajes de la guerra, encontrables en cuevas subterráneas llenas de humo. Ni él sabía explicar bien a qué se dedicaba ni cómo había llegado ahí, ni cómo entendía y casi chamuyaba cualquier idioma ni mucho menos cómo le salía hacer el moonwalk a la perfección, y en bajada.
Me llevó a inspeccionar los rincones del barrio de los artistas mientras intentaba deducir mis debilidades y fortalezas.
Escuché un acento familiar. “Esos son argentinos” le dije. “¡Argentina!” gritó. Se dieron vuelta y se sumaron a nuestra filosofía barata nocturna. Estaban tan perdidos como nosotros.
Bajamos escaleras, encontramos algún rumbo y algún whisky y salimos a inspeccionar los inaccesibles ghettos de la noche de París. Nos reímos de su pornografía y actuamos Marilyn sobre una rejilla frente al Moulin Rouge.
Recorrimos sus calles en algún bondi-albergue de homeless people, admiramos sus puentes y su elegancia, nos saludamos y arreglamos volver a vernos.

La historia continuó. Compartimos almuerzos, admiración, complicidad, compañía y observamos la luna llena sobre París desde su más alta cumbre. Sentimos al viento congelarnos las mejillas y la posibilidad de entendimiento simultáneo de la belleza.
Esperamos a Sandra, nos refugiamos en un tributo a Luther King y disfrutamos de sus estufas. Intercambiamos experiencias de bares, de hijos, de lugares, de vida y de muerte. Intentamos explicar inentendibles diferencias culturales.

Túnez y yo nos escapamos a alguna cueva subterránea, a sentir las vibraciones de las trompetas y saxos de franceses que, casi disfrazados de the village people, compartían su música y su euforia con todo aquel que estuviese dispuesto a sonreírles.
Pero Túnez no tenía reglas sociales internalizadas. Me cansé y volví a buscar a los argentos.

Nos perdimos. Pero había encontrado mucho más de lo que yo misma podía entender en ese momento.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Doble v.

Pero a los ciegos no le gustan los sordos,

Y un corazón no se endurece porque sí

Ese día me vio laburando, como siempre, y no me volvió a sacar los ojos de encima.

Me leyó. Se dio cuenta de que mi vida en ese momento era un kamikaze, al que no convenía subirse ni por diversión.

Mantuvo su constante e inconstante presencia en la mínima, justa y necesaria medida.

Fue y vino, estratégicamente. Nunca habló más de lo debido. Conservó su línea oscura a rajatabla, dejando entrar algo de luz por alguna escondida grieta.

Me observó, me midió, me dio, me sacó, me hirió el orgullo.

Siempre llegaba al fondo de todos los asuntos. Todos. Casi no me deja margen de chamuyo. No pude utilizar mis usuales recursos de escondite frente a él. Tenía una inmensa facilidad para desnudar mi psiquis. Y todo lo demás también.

No se podía sacar de encima la sensación de que cada día podía ser el último, y así vivía.

La verdad es que nunca entendí qué era exactamente lo que hacía. Sé que soñaba con trabajar desde una playa tocando sólo un botón, que quería pasar sus quince días de vacaciones sin hablar y se autodefinía materialista dialéctico.

Tampoco llegué a saber demasiado de su vida. Le encantaba vivir como un pasajero, y demostrarlo.

Tenía una espectacular visión macro de todo, como un tipo con aspiraciones presidenciales. Pensaba en el todo, pero al fin y al cabo sólo en él.

Me dejó invadir temporalmente su solterón espacio vital. Lo divertía, y al mismo tiempo le daba algo de vértigo. Es que no podía perder ese control autocreado que invadía cada una de las esferas de su vida.


Nos debimos un café, un vino, una tarde haciendo nada y algunas confesiones.


Se despidió de mí en lentas cuotas meses antes de desaparecer definitivamente. Quiso ahorrarme el bizarro gusto amargo posterior a su partida, pero sólo logró prolongarlo.


“Tengo fecha de vencimiento” me advirtió. No lo quise escuchar. Era demasiado yin y yang como para hacerle caso.

domingo, 23 de agosto de 2009

Trieste

Trieste es una de esas ciudades europeas que tiene uno pero muchos dueños. Encierra a Italia, Austria, Eslovenia y a todo lo que fue pasando por el camino.
A juzgar por su turquesa costa que a diario da la bienvenida a barcos de alto rango, es un lugar acogedor, simple, sofisticado y elegante.
Dueña de uno de los rincones más preciosos del mundo, Trieste puede ser casa de tesoros romanos, heridas fascistas, secretos austro-húngaros y retazos de cortina de hierro.
Trieste es mar, es montaña, es vieja, amarga, húmeda, nueva y obsoleta. Genera pasiones extremas. Será porque soy porteña que no pude dejar de sentirme identificada con eso.

Te deja presenciar acalorados debates acerca de la teoría de la adueñación de los asientos de los bondis o de las posibilidades de transportarla a Venus. ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá! Es que Trieste liberó a su manicomio años atrás, para hacer a sus integrantes formar parte de su magia.

Desde el colectivo me ofrecía un golfo montañoso lleno de casas, subiendo sus colinas mientras se me tapaban los oídos en mi camino a la facultad. También me ofrecía spritz, medusas y cuevas de diásporas interdependientes. Entre sus largas calles monótonas y sus escondidos pedazos de parques trepados en las colinas, escondía un rincón argento, al que fui a saciar mi sed de empanadas alguna vez.

La vi amanecer y anochecer, la vi vacía e invadida de gringos, la vi festejar llegadas y suspirar despedidas, la vi albergar criaturas nocturnas, castillos medievales y cuentos de princesas. Vi a su sol dar vida a su mar, y a su invierno ocultarlo todo.
La sentí emocionarme hasta las lágrimas y echarme con su crudo clima.
Trieste me dio alegrías, me dio frío, insomnio y me regaló gente mágica.

Setenta años atrás, fue la casa de mi familia. La Gran Guerra los hizo partícipes y protagonistas de la destrucción de sus esfuerzos, de sus sueños y sus vidas.
Ahora me tocaba a mí. Ahora Trieste era mi casa que, renacida, me ofrecía otra oportunidad.

sábado, 22 de agosto de 2009

Berlin 4 am


Las jam sessions habian muerto, al menos para nosotras, pero aún quedaba un largo camino por recorrer y un chancho del cual escapar.


Éramos las dueñas momentáneas del túnel del subte. Había que disfrutarlo, o sobrevivirlo.

En eso primero sonó una armónica. Recuerdo que cruzamos nuestras ausentes pero presentes miradas entendiendo que en ese momento tan sólo existía ese sonido entre todos.


Creo que lo que presenciamos fue uno de los mejores recitales de nuestras vidas. No sólo se sumaron instrumentos improvisados, sino también voces, aplausos, miradas y declaraciones dando color y vida a Babel.


Sumida en esa vorágine de éxtasis compartido, entre las vibras del tren, del sonido, del calor de Berlín hibernal sonaron las palabras en mis oídos… “ a veces uno puede odiar tanto a la humanidad… pero puede llegar a ser tan hermosa…”

lunes, 17 de agosto de 2009

El joven manos de tijera

Palermo, 11 am. Mi peluquero no estaba.

“Podés sacarte otro turno… O te puedo cortar el pelo yo”, me dijo. Dudé. La cabeza no se le entrega a cualquiera, decía María Antonieta.

Dudé más (soy mujer). Dí vueltas, me tomé un café. Sus tatuajes me convencieron. Bueno, y todo lo demás también.

Era Liam Gallagher versión peluquero. Casi un mono con navaja con un charm indescriptible.

“Bueno, pasá por acá, sentate…” me moví como quien camina por la milla verde. En todos los sentidos. “¿Qué vamos a hacer?” preguntó. La pregunta más fácil del mundo con tantas respuestas… pensé.

Movía sus manos alrededor mío como si cuidase de una reliquia de vidrio. Sentía la sutileza del roce de sus dedos acariciar mi pelo con una suavidad muy poco usual para ser hombre. Su cercanía me permitía percibir su absolutamente seductor perfume… comentario que no me reservé, dada mi naturaleza desfiltrada.

No ahorró elogios a mi ojerosa cara de laburante. Para él, merecía ser mostrada, lo que se convirtió en su objetivo del día. El resto de los peluquería-asistentes observaba con sorpresa como la piba no se inmutaba al ver su lacia cabellera desaparecer entre las tijeras del Gallagher argento.

Y nos dieron las 10 y las 11, las 12 la 1 y las 2 y las 3. La sesión duró bastante más de lo que dura un corte usual. Será por su obsesión de perfección o la mía. Así fue que me retiré del local, con mi macho-look, con 40 pesos menos en el bolsillo y un “hasta pronto hermosa” resonando en mis oídos.


Moraleja: Qué barato nos hacen felices. Nunca aprenderé.

domingo, 2 de agosto de 2009

El flaco

Al flaco le encantaba rescatar los tesoros desperdiciados por la burguesía en las pilas de basura. Soñaba con que esos superficiales, ignorantes, cochinos, maleducados burgueses sumidos en Babylon abrieran la cabeza y dejaran de hacer oler a mierda a Buenos Aires.

Creo que primero me enamoré de su ácido, inocente, oscuro, irónico, genial sentido del humor.
El flaco se conmovía
hasta el fondo de su alma con una mirada. Y podía permanecer inmutable ante la confesión más dolorosa. Perdía la razón cuando sonaba Bob Marley o Morrison.
Vivía en otra dimensión, universo, tiempo y hasta casi espacio. Veía, sentía, olía, interpretaba y hacía diferente al resto. Me costó años descifrar una mínima parte de ese universo.
Era un desinteresado de su propio beneficio. Era casi un alien.
El flaco era un artista, hasta en su forma de amar. Llevaba una enciclopedia adentro con respuestas a todo.
Tenía una enorme vocación de acompañamiento al desposeído- por opción o por naturaleza. Tenía tambiénun orgullo relativo, un corazón enorme, un talento admirable y un carácter que le daba miedo hasta a él.
Cocinaba como los dioses. Irradiaba pasión en cada una de sus acciones. Desplegaba todos sus no confesados sentimientos y frustraciones en sus creaciones manuales o imaginarias.
No tenía una vida fácil, pero nunca lo iba a admitir. Prefería disfrutar de todas esas pequeñas cosas que el resto no veía, y así ser feliz.
Me enseñó a disfrutar, a vivir, a sentir. A caerme por un precipicio y despertarme con su mirada clavada. Porque el flaco no dormía, observaba.
Crecimos, nos amamos y nos lastimamos. Nos vimos desvanecer, hasta desaparecer.

No sé porqué, pero jamás lo volví a ver. Sin embargo, aún lo imagino, con sus alpargatas y su bicicleta, con sus rulos y su voz de locutor, con su sonrisa linda infinita, andando las rutas argentinas, sirviendo un café, dibujando un sol en un día nublado, patinando y tocando la botellita de fanta con el hippie del subte. Porque el flaco era así, un pasajero en trance.

martes, 7 de julio de 2009

Charmless Man

I don’t know what it is that makes me feel alive
I don’t know how to wake the things that sleep inside
I only wanna see the light that shines behind your eyes


Era, creo, la octava vez que metía mis zapatillas dentro de un psicoconsultorio.
Saludé a la doctora, me senté y escuché por 32984293659824759845 vez la frase: “bueno, te escucho”.
- Estoy acá porque Marcos me pasó tu contacto, te recomendó. Creo que viene al caso contar cuál es mi relación con él.
Yo a Marcos lo conocí hace unos… cuatro años. Pegamos onda. Nos teníamos de vista, y nos cruzamos en un recital. Resulta que nos gusta la misma música, que no es una música común, por lo que encontramos a un personaje muy especial en el otro.
Salimos un par de veces, hasta que desaparecí, por primera vez. Nuestra relación en los siguientes tres años fue bastante nebulosa, llena de enigmas resolvibles con un par de preguntas.

Un día, música mediante, nos volvimos a encontrar. Fue como si nunca nos hubiésemos dejado de ver. O mejor.
- Mirá que mi vida es un quilombo. Hoy estoy acá, mañana no sé- le advertí. Me escuchó, como si no escuchase.

Pasábamos horas hablando de Radiohead, de Oasis, Led Zeppelin y nuestro deseo de desaparición de Arjona. Mientras el tiempo y la historia me comían los talones de los pies.

El problema era que no me ponía límites.

Así fue que desaparecí, bien desaparecida, por segunda vez.

“Bueno… nos vemos la próxima sesión”. Próxima… una pasajera nunca sabe cuál será la próxima.

martes, 23 de junio de 2009

Polaroid nº2

Mi día fue uno de esos largos, de corridas, que les dicen. Entre entrevistas, pequeños vestigios de ilusiones para la mente esperanzada de una veinteañera, chocolate, café, smog y el escape vampiresco a los tímidos rayos del sol que intentan iluminar Buenos Aires de vez en cuando.
Mis tacos me llevaron a caminar unas cuantas cuadras de más adelante para lograr encontrar asiento en el bondi. Córdoba y 9 de Julio, entre búsqueda de monedas y el ruido urbano y de mi mp3, mi mirada se cruzó con la suya. Y sus rulos. Hice la cola, conseguí mi favorito asiento al fondo a la izquierda, y él quedó último al sacar el boleto. Mi corazón latía más fuerte al ver cómo se acercaba a la máquina, la intriga que me causaba cada uno de sus movimientos no me dejaba ni concentrarme en mi privado oasis de fondo.
A medida que sus pasos se acercaban al fondo del pasillo, entre la gente anónima, ajena a lo que sucedía frente a sus ojos, mis latidos y respiración se aceleraban. El pago de su boleto lo llevó a caminar entre la gente, hacia el fondo del pasillo. Casi siguiendo mis no inocentes pensamientos, sus pasos lo llevaron adonde lo sospechaba- al asiento de al lado mío.
Los diez breves minutos que duró su estadía en el bondi fueron de los diez minutos más eróticos de mi vida. Cada movimiento del bondi se complementaba con mis retorcidos pensamientos. La pequeña atmósfera formada en ese momento era sólo perceptible por nosotros dos. Podía sentir el calor de la cercanía de su cuerpo en mi pierna derecha, la energía de dos personas que sólo piensan en adrenalina junto a la otra fluyendo por el aire.
Saqué mis apuntes, y me puse a leer. ¿Y si escribo algo en los apuntes por si los lee? ¿Y simplemente le hablo? Los minutos pasaban, mientras el colectivo avanzaba por las calles porteñas. Lo miraba de tanto en tanto, a ver si se animaba a avanzar un paso más en la incipiente y sutil socialización. Miré para atrás, hacia fuera… El colectivo avanzaba. Hasta que rulos se levantó y se bajó, dejando la atmósfera enrarecida alrededor mío. Volví a mirar hacia atrás, hacia fuera. Nuestras mentes se cruzaron.
Qué idiotas podemos llegar a ser los hombres, con nuestras reglas fijadas de socialización obligatoria en lugares definidos. Por eso amo haber nacido en un –universo- incierto.

sábado, 20 de junio de 2009

Introducción- Polaroid nº1

Era una de esas mañanas comunes, de unos de esos días de la semana que se entremezclan y se hacen fácilmente olvidables.
Prendí mi mutant-turtle-PC laboral y me digné a poner cara de 'play'. En eso, él me dice: "lei, entrá a mi blog...". Con lo que cuesta leer más de lo que ya debo. Con todos los carteles y las historias de la ciudad.
Pero te leí, Varón. Y me contaste nuestras charlas, tus flashes y mis mañas. Me hiciste acordar que la gente como vos existe y ve, escucha y siente y sueña. Me hiciste reír, me hiciste llorar, me hiciste VER. Me diste ganas de seguir, y de volver.

Y si la rutina mata?

Decidí vivir, escuchar y ver muchas cosas, para poder recordarlas, escribirlas y ser feliz.
Así nació Polaroids. Fotos de historias mínimas.


Agradecimiento: A la vida, por la maravillosa oportunidad de generar el encuentro.