domingo, 30 de mayo de 2010

Jezz

“Sí… pero allá son más fríos”, escuché decir muchas veces. Como un consuelo a la propia realidad, como una declaración de principios, como una sentencia irrevocable.

Cuando la conocí pensé lo mismo. Un mes de convivencia y un mínimo de historias intercambiadas. Bueno, ¿cuánta historia podía caber en esa pequeñez?

La australiana no entendía un cuerno de mundos superficiales. Se dedicaba a hacer bien esas tres cosas que sabía hacer bien, y se jactaba de ello.

Sufría los protocolos de traje, amaba los antros escondidos y las largas sesiones de capoeira.

No soñaba con la paz mundial. Era feliz pensando en una colina africana y un acompañamiento musical (y quizás alguno africano también).

Leía las bondades de la gente. No le importaba socializar con quien no pasara ese test. Tenía un escudo con desarrollo histórico, casi un callo creado por sus breves años de mucha vida.

Llegaba cada tarde regalando sonrisas y comida vegetariana.

Me analizó hasta que dejó resquebrajar el escudo. Me escuchó, prestó atención a mis miserias y debilidades. Hasta que un día me lo dijo: “I think we have a great connection”. Me abrazó. Sería el alcohol que ayudaba a su súbita apertura emocional, pero yo no pude evitar sentir que era uno de los grandes logros de mi vida.

Ahí fue entonces que me contó de la aldea hippie con sus viejos, del cáncer que la dejó sin hermana, de su ex echándola de su propia casa, de su vieja, del abrazo con su viejo después del divorcio, de las sustancias prohibidas, de la van, de los graffities, del arte, de la ropa, del mar, de Japón, del eclipse, de que era absolutamente inútil hacerse la cabeza. It just doesn’t matter, me decía. Don’t worry. Somehow, it’s gonna be OK.

Un día me llevó a caminar por Trieste y terminamos con mi pelo largo, con mi argentina desconfianza (al menos temporalmente) y con muchos preceptos sociales idiotas. Nos reímos hasta el cansancio de todas las ridiculeces circundantes, cerramos los ojos y disfrutamos con placer absoluto lo genial que puede ser la vida a veces, o muchas veces.

No se quiso despedir. Me quedé despierta, para no perdérmelo, con la interna esperanza de que fuera a decirlo. Pero sólo agarró su mochila, dijo un breve “see you” y salió corriendo por la escalera.

Sé que anda dando vueltas por Asia, que no encontró al japonés de su vida, que sigue adorando Australia, que vio el eclipse y que ya llegará a la India. También sé que la vida puede ser genial, a veces, o muchas veces.