miércoles, 10 de noviembre de 2010

reloaded-

“yo te puedo ayudar con economía”, fue la frase a la que decidió recurrir para inaugurar su reaparecimiento.


Efectivamente, nunca llegó a colaborar con mi causa económica, pero sí con el amoblamiento de mi flamante living, con una recorrida culinaria y con llamados al abandono de mi zona de confort.

Me llevó a pasear, me cocinó, me habló una vez más de sus problemas existenciales. “Claro, quizás por eso nunca tuve hijos” me decía irónicamente, sin reparar en que mi rol no era el de contención de padres frustrados.


Se dio cuenta mucho antes que yo que la cosa no andaba, aunque no dejase de importarle, por alguna razón desconocida en su –a veces no totalmente controlable- interior.

“Estás hecha toda una mujer” declaró, mientras sacaba la cuenta de los años que llevábamos conociéndonos. “y ya sé que me estoy poniendo viejo, soy totalmente conciente de eso”.

No podía abandonar “su mundo”, ese, en el que estaba convencido que estaba bien, a pesar de sus esporádicos desencuentros consigo mismo.


Aquella noche de cervezas frustradas y devolución de efectos personales me contó, sin contarme, cuál era su objetivo en todo esto. Hablamos de esperanza, y de que otra concepción de mundo era posible. Hablamos de poder, de control, de universos. Entender como funciona esto, eso es lo que hago, me explicó una vez más. Sin embargo, lo que nunca terminé de entender era por qué mierda le gustaba Michael Jackson.

Se preguntó qué carajo hacía hablando en ese momento y a esa hora de esas cosas. Doble v no podía alejarse de su querido y difícilmente olvidable estado fallido. Aunque intentara taparlo, era parte de su ser, de su estructura, de su razón de vivir.

Me recordó que le gustaba que le hiciese cucharita. Me despidió en la puerta de su casa, donde casi nada era suyo. Es que un día decidió alejarse de la identificación con los objetos. No dijo nada. Me observó irme, con una extraña sonrisa dibujada entre sus inacabables reflexiones.


Y ya no nos debimos más nada.

martes, 6 de julio de 2010

Quereme así, piantada. (piantada, piantada)


El viento pre tormenta estremecía hasta el último rincón de su ser. Sintió a todo humano circundante huir de lo que se venía. Sintió como cada gota iba golpeándole el cuerpo y las ideas. Sintió a las hojas de los árboles moverse al ritmo de sus latidos. Sintió a sus lágrimas mezclarse con la lluvia, hasta formar un solo curso. Cerró los ojos, para mimetizarse con el más cercano efecto de la naturaleza en pleno desierto de artificialidad. Sola.

Abrió los ojos y lo vio. Vio cómo la miraba, casi estremecido, mientras el agua por poco les lavaba los pensamientos.
¿Y vos qué hacés acá?
Vine porque él me lo pidió. Quiero escuchar tu historia.

Y así comenzó:
Las nochecitas porteñas tienen ese qué se yo, viste? Salgo del trabajo por Defensa protegiéndome de la humedad, lo de siempre en la calle y en mí, cuando de repente, detrás de Mafalda, aparece él. O su imagen congelada en mi mente.

Mezcla freak de penúltimo bohemio anti-hippie, anti-sistema, aburguesado, amasando panza de casado con pasajero en el irrealizable viaje al otro lado del mundo. Parece que sólo yo lo veo, porque camina entre la basura, las luces amarillentas le titilan, los árboles lo saludan, los pájaros le guiñan y los autos lo ignoran. Se acerca a mí y así, medio viajando, medio volando y medio soñando, se saca la capucha, me regala un chocolate con menta y me dice:
Yo también me tiraría encima tuyo.

Esperaba que me dijeras eso. O sabía que me lo dirías, que para el caso es lo mismo.
Seguís igual de loca. Decime algo nuevo por favor. Para mantenimiento de statu quo por lustros ya estoy yo.

A vos te vi tan triste.
Es que tanto cemento a veces quiere hacerme olvidar el porqué de todo esto. Si es que alguna vez le vislumbré la punta del dedo meñique.

¿Qué nos cambió? ¿Qué nos preservó de esta manera?

Vení, volá, sentí, el viejo nuevo mundo que traje para vos.

Y así la loca lo invitó a subirse a su graffiteada van, a recorrer su ilusión supermetafórica. Se fueron a andar los adoquines, las velas chorreadas y las Heineken excesivas. Los taxistas los aplauden: ¡Viva, viva! Dos locos que reencontraron el amor.

Vení, flaco, vení, abrite los retorcimientos que podemos intentar la trágica locura total de revivir. Reconstruir. Resentir.

Pensé que íbamos a conversar más, pero no pude. Quizás otro día me muestre más como soy, y hablemos de cosas importantes.

Y se volvió a ir. O yo me volví a ir. O ambas.

Entonces regresé al lugar donde todo comenzó. A llorar mi mañanita botánica a la espera de un salvavidas que nos ayude a volver a reconocernos.

Gracias por relatarme, flaca. Pazienza ci vuole tempo… ma il tempo forse sia soltanto la confermazione di quello che già sapevi da prima, da sempre. Se lo voy a decir al flaco.

Deciselo, total. Ya lo sabe.

domingo, 30 de mayo de 2010

Jezz

“Sí… pero allá son más fríos”, escuché decir muchas veces. Como un consuelo a la propia realidad, como una declaración de principios, como una sentencia irrevocable.

Cuando la conocí pensé lo mismo. Un mes de convivencia y un mínimo de historias intercambiadas. Bueno, ¿cuánta historia podía caber en esa pequeñez?

La australiana no entendía un cuerno de mundos superficiales. Se dedicaba a hacer bien esas tres cosas que sabía hacer bien, y se jactaba de ello.

Sufría los protocolos de traje, amaba los antros escondidos y las largas sesiones de capoeira.

No soñaba con la paz mundial. Era feliz pensando en una colina africana y un acompañamiento musical (y quizás alguno africano también).

Leía las bondades de la gente. No le importaba socializar con quien no pasara ese test. Tenía un escudo con desarrollo histórico, casi un callo creado por sus breves años de mucha vida.

Llegaba cada tarde regalando sonrisas y comida vegetariana.

Me analizó hasta que dejó resquebrajar el escudo. Me escuchó, prestó atención a mis miserias y debilidades. Hasta que un día me lo dijo: “I think we have a great connection”. Me abrazó. Sería el alcohol que ayudaba a su súbita apertura emocional, pero yo no pude evitar sentir que era uno de los grandes logros de mi vida.

Ahí fue entonces que me contó de la aldea hippie con sus viejos, del cáncer que la dejó sin hermana, de su ex echándola de su propia casa, de su vieja, del abrazo con su viejo después del divorcio, de las sustancias prohibidas, de la van, de los graffities, del arte, de la ropa, del mar, de Japón, del eclipse, de que era absolutamente inútil hacerse la cabeza. It just doesn’t matter, me decía. Don’t worry. Somehow, it’s gonna be OK.

Un día me llevó a caminar por Trieste y terminamos con mi pelo largo, con mi argentina desconfianza (al menos temporalmente) y con muchos preceptos sociales idiotas. Nos reímos hasta el cansancio de todas las ridiculeces circundantes, cerramos los ojos y disfrutamos con placer absoluto lo genial que puede ser la vida a veces, o muchas veces.

No se quiso despedir. Me quedé despierta, para no perdérmelo, con la interna esperanza de que fuera a decirlo. Pero sólo agarró su mochila, dijo un breve “see you” y salió corriendo por la escalera.

Sé que anda dando vueltas por Asia, que no encontró al japonés de su vida, que sigue adorando Australia, que vio el eclipse y que ya llegará a la India. También sé que la vida puede ser genial, a veces, o muchas veces.

jueves, 18 de marzo de 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

sueltos.

Me dijo que podía estar bien en cualquier lugar, siempre y cuando estuviese bien adentro. “Acá”, se señalaba, llevándose las manos al pecho.
Me buscó, por Buenos Aires, por el sur, por su vida y la mía.
Me observó y me dio lo que necesitaba. Un par de videos en youtube, una llamada y un aparecimiento en lugar y momento justos.
Estaría bueno verte y “hablarmonos”, decía el mensaje que me despertó aquella mañana.

En el bar me dijo que estaba cansado de amores efímeros. Que estaba seguro de lo que sentía... pero no estaba seguro de quedarse en este lugar. “Otra vez sopa” pensé, nada más que está vez estoy un poquito más complicada. Mi emocionalidad física es incareteable.
Me dijo que el amor crece, y necesita tiempo. Pero él no lo tenía. Pero no me quería dejar de ver. Pero me entendía. Y me quemó el cerebro. O lo que queda de él.
Lo escuché y no lo entendí. Entendí que ninguno de los dos acepta su naturaleza solitaria, y a veces parece que ciegamente la negamos. Entendí que no es una persona de veredictos amorosos firmes. O al menos que les escapa con mucha retórica barroca. Como yo.
Me encantás, mucho. ¿Pero cuánta seguridad me puede dar un nómade? “Vos también lo sos”, sentenció. “Si me quedo acá, no sé si vos te vas”. Ok, tenés un punto.

Vidas fugaces, profundas amistades de días, enseñanzas de hostel, dedo, micro y tren. Y ese deseo incontenible e inagotable de irse. De ir, conocer, de ver. O de ir, y volver. Pero ¿adónde? “Es que son inalcanzables”, me repite mi amiga, como con la intención de tatuármelo en mi necia mente.

Me dijo que prefería vivir el momento a quedarse con la duda de lo que podría haber sido. Siempre fue mi filosofía, le dije. Pero por una vez en mi vida tengo que pensar en algún tipo de escudo de mi sentimentalismo.

Así que acá estoy de vuelta, como al principio. Sentada frente a la pc, escribiendo. Porque estar online es estar solo. Es tener una relación virtual. Añorar algo que no sucede. Entonces decidí juntarme con cosas más reales. Como un jardín con flores y un cigarrillo, ponele. Como ahora. Por eso los dejo, algo real me está esperando.

viernes, 26 de febrero de 2010

Un encuentro.

Medianoche. Se bajaron del 113 en Neuquén y Gavilán. Lo que quedaba de ellos después del recital de AC/DC se arrastraba por Neuquén en busca de algo que saciara su sed. El sonido de la noche, de la calle vacía, de las hojas de los árboles húmedas de clima porteño los ayudaba a mantener la mente en blanco, a seguir su camino automático hacia algún refugio que les permitiera procesar tu éxtasis musical.

“Hey! Vos”, escucha. Nico se dio vuelta. “Sí, vos, vení”. No lo dudó.
A medida que cruzaba la calle y se iba acercando, intentaba mantener la calma, centrarse, ubicarse entre su excitación post-recital, su traicionera vista, y su inocultable cansancio. Pero lo que tenía enfrente no era una visión, era real.
Ahí, esperando el 106 estaban ellas. Estaba Ella. Se observaron, se analizaron. Conversaron, o no conversaron. Su mente creó un millón y medio de medios y combinaciones posibles que lo pudieran llevar a un exitoso secuestro y retorno feliz. O al menos a una birra esporádica. Vio como el reflejo de las amarillentas luces del barrio creaban una perfecta combinación, casi poética, con su pelo rubio cubriendo sutilmente sus hombros despojados. Vio sus ojos, tímidos pero audaces, reflejar su expresión de disimulo forzado, penetrar su mente, hasta apoderarse completamente de ella para viajar juntos, lejos, donde la medianoche porteña los llevara.
Se sonrieron. Admiraron mutuamente sus voces. Desearon conocer en detalle el perfume del otro.

Y llegó el 106. “Disculpame, me tengo que ir…” y se subió. Él, intentando volver del viaje juntos, no pudo comprender el mensaje. La observó alejarse sola, mientras sus últimas palabras seguían retumbando entre ruido de colectivo y de viento nocturno: “vivo a la vuelta de tu casa…”